Cazadores de Cachicadán: La Aventura en las Laderas
Por: Melitón García Guevara
En las laderas de los cerros de Cachicadán, donde el viento sopla entre los árboles y el paisaje parece inmutable, dos inseparables, Inocente e Ignacio, encontraron su paraíso personal. Desde pequeños, habían recorrido estos caminos, explorando cada rincón y aprendiendo los secretos del bosque. Su pasión por la caza de conejos se convirtió en una tradición, un ritual que los unía aún más a la tierra que amaban.
Inocente era conocido por su aguda percepción y astucia, mientras que Ignacio destacaba por su fuerza y habilidad con la honda. Juntos formaban un equipo perfecto, complementado por sus dos fieles perros: Sirena y Lampo. Sirena, una perra ágil y rápida, tenía un olfato excepcional y podía detectar el rastro de un conejo a metros de distancia. Lampo, por otro lado, era fuerte y valiente, siempre dispuesto a proteger a sus dueños de cualquier peligro.
Una mañana, mientras el sol despuntaba sobre los cerros, los dos amigos se prepararon para otra jornada de caza. Armados con hondas y acompañados por Sirena y Lampo, se dirigieron hacia las laderas de los cerros Botica y Angla. El aire fresco y el canto de las aves los animaban mientras avanzaban por los estrechos senderos.
Al llegar a un claro, Sirena se detuvo de repente, su nariz en el aire. Había detectado un rastro fresco de conejos. Los perros se lanzaron adelante, guiando a sus dueños a través de la vegetación. Inocente e Ignacio los siguieron, moviéndose con rapidez y sigilo.
Después de unos minutos, alcanzaron a ver un grupo de conejos alimentándose tranquilamente. Con cuidado, los amigos se colocaron en posición y lanzaron sus hondas con precisión. En cuestión de minutos, habían atrapado varios conejos, satisfechos con el fruto de su trabajo en equipo.
Sin embargo, mientras recogían su presa, Sirena y Lampo comenzaron a comportarse de manera extraña. Olfateaban el aire con entusiasmo y ladraban con una emoción inusual. Curiosos, Inocente e Ignacio decidieron seguir a sus perros, que los guiaron más adentro del bosque.
Tras caminar un rato, se encontraron con una escena inesperada: un joven venado se encontraba al borde de un claro, pastando tranquilamente. Los ojos de Inocente e Ignacio se iluminaron ante la osadía de la oportunidad que se les presentaba. Cazar un venado era un desafío mucho mayor que cualquier conejo, pero sus corazones latían con la emoción de la aventura.
Con precaución, se acercaron al venado, utilizando el viento a su favor para no ser detectados. Sirena y Lampo permanecieron en silencio, entendiendo la importancia del momento. Inocente preparó su honda mientras Ignacio rodeaba al animal con sigilo.
En el momento adecuado, Inocente lanzó su honda con precisión, sorprendiendo al venado. Lampo y Sirena se lanzaron hacia adelante, persiguiendo al animal y guiándolo hacia donde Ignacio lo esperaba. Con una coordinación impecable, los amigos lograron acorralar al venado, asegurando una caza exitosa.
Esa noche, sentados alrededor de una fogata en las laderas de los cerros, Inocente e Ignacio reflexionaron sobre su jornada. Habían comenzado el día como cazadores de conejos y lo habían terminado con la osadía de haber cazado un venado. En ese momento, comprendieron que su amor por la tierra y su habilidad para trabajar juntos los habían llevado a una nueva hazaña.
Con Sirena y Lampo a su lado, los dos entrañables sabían que siempre encontrarían aventuras en las laderas de Cachicadán, donde la naturaleza y la amistad se entrelazaban en cada rincón del bosque.